martes, 30 de diciembre de 2014

La carne, el cuerpo, el alma y el espíritu.

Dios no es Dios de muertos sino de vivos...
El hombre en totalmente "uno" e "indivisible". Es al mismo tiempo carne, cuerpo, alma y espíritu. Sin embargo, en su total libertad, puede vivir de dos maneras diferentes: como hombre-carne o como hombre-espíritu, este es el reto que tiene delante.
LA CARNE, EL CUERPO, EL ALMA, EL ESPÍRITU.
"Y enviará a sus ángeles que tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del mundo" (Mt 24,31).

La acción de los cristianos en la historia será la de ir derribando a todos los enemigos del hombre. Las naciones que los han perseguido, "todas las tribus de la tierra" (Zac 12,10.14) al final tienen que reconocer el triunfo del "Hijo del hombre". Al son de la trompeta (Is 27,13) se congregan los suyos desde todas partes. La llegada del "Hijo del hombre" no indica que el mundo se ha acabado: no hay tampoco resurrección, juicio ni condenación de los malos, el objetivo es reunir a los suyos. Los que han luchado por la propagación del evangelio, sin descorazonarse ante la maldad ni ante la persecución, llegarán al reino definitivo y acudirán al toque de esa trompeta. El toque de trompeta no suena de una sola vez en un momento determinado de la historia, el fin individual del discípulo no tiene porque identificarse con el fin de la historia y de los tiempos. La salvación individual no coincide con la social. El individuo madura más rápidamente, por su entrega total y su constancia, que los pueblos o la humanidad entera. Con la acción de cada uno en particular se lleva a cabo la misión universal; solamente cuando esta haya dado su fruto se inaugurará el reino de Dios definitivo (Mt 13,43), el fin de la historia y de los tiempos.

 
  ¿Por qué hablamos de la resurrección del cuerpo? 

El hombre, genéticamente, procede de la evolución animal y anda siempre buscando su lugar en la naturaleza. Siendo un ser carencial: pues no posee, a nivel biológico, ningún órgano especializado, crea, sin embargo, los instrumentos necesarios para modificar el mundo que le rodea y así construye una cultura y puede modificar todo a su antojo. En los hechos concretos de comprender, querer, sentir y en sus experiencias fundamentales, sobre todo en el amor, revela una trascendencia al acto en sí. Aunque es el creador de las culturas y los sistemas de convivencia, no se conforma definitivamente con ellos y es precisamente en la relación con el "misterio absoluto" donde descubre las verdaderas dimensiones de su dignidad. El hombre se da cuenta de que es al mismo tiempo finito e infinito, los griegos lo llamaron alma y cuerpo y aunque podemos continuar con esta terminología de "cuerpo-alma" que está asumida por nuestro lenguaje, sin embargo vamos a intentar saber que hay detrás de todo esto. El cuerpo y el alma no son dos partes del hombre, pues el hombre es en su totalidad corporal y espiritual a la vez. La unidad indivisible de alma-cuerpo es una de las evidencias de las ciencias modernas, sobre todo de la psicología. El cuerpo y el alma no son dos cosas independientes, sino dos principios del único ser humano. Cuando en la Biblia se habla de alma o de cuerpo siempre se refiere a la totalidad del hombre en algún aspecto concreto.
  "La carne" (el hombre-carne) (en hebreo "Basar" y en griego "Sarx"):

Cuando se usa esta expresión los autores bíblicos se están refiriendo al hombre biológico de los órganos y los sentidos en contacto con el mundo en el que vivimos. Este hombre-carne es un ser carencial, sujeto a las tentaciones, a los sufrimientos, al pecado y a la muerte (Rom 7). Es llamado precisamente así, carne, cuando el hombre se encierra en sí mismo y pretende realizarse solo en la dimensión terrena sin plantearse las preguntas trascendentales sobre Dios y su relación con los demás hombres. Es una existencia que lleva a la muerte al igual que la carne (1).

  "El cuerpo" (el hombre-cuerpo) (en hebreo "Basar" y en griego "Soma".):

Con esta expresión, los autores bíblicos designan al hombre "entero" y precisamente para significar su existencia como una "persona" que está en relación permanente y en comunión con otros hombres (2). En bastantes pasajes la expresión "cuerpo" puede traducirse por "yo" (3). No es posible la supervivencia (resurrección) del hombre sin incluir el "cuerpo", que es la expresión personal del conjunto de relaciones, tanto sociales como políticas.

  "El alma" (el hombre-alma) (En hebreo "Nefesh" y en griego "Psijé"):

Para los escritores sagrados, el alma no es "algo" diferente al cuerpo, sino que significa al hombre en su totalidad en cuanto ser viviente, pues "alma" en la Escritura es el sinónimo de "vida". Así lo podemos apreciar en el texto de Marcos (Mc 8,36) que dice: "¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo si pierde su vida (alma)?¿Qué dará pues el hombre a cambio de su vida (alma)?" El hombre es precisamente "vida", no es que tenga vida, sino que el mismo "es" vida, es pues "el alma" la consciencia del "yo" que vive y se relaciona. Por eso hay una gran equivalencia entre "cuerpo" y "alma", estos términos no se oponen entre sí, sino que expresan al hombre entero (4).

  "El espíritu" (el hombre-espíritu) (En hebreo "Ruaj" y en griego "pneuma"):

Los escritores bíblicos designan precisamente con esta palabra "espíritu" al hombre que siendo a la vez "cuerpo" y "alma" abre su existencia hacia Dios, como valor absoluto que le trasciende y orienta su existencia a partir de esta relación divina. Para el Nuevo Testamento, el "hombre-espíritu" vive una nueva existencia, para el, El Señor Jesús ha resucitado, el Señor es el Espíritu (2 Cor 3,17) que vive una existencia humana (y por eso también corporal) en comunión total con la realidad. Pablo llama al resucitado, cuerpo espiritual (1 Cor 15,44), dándonos a entender que por la resurrección el hombre actual se transfigura en hombre-cuerpo espiritual capaz de relacionarse con "todas" las dimensiones de la realidad.

 
EL HOMBRE, SEGÚN LA BIBLIA, ES UNA UNIDAD INDIVISIBLE.
El hombre en totalmente "uno" e "indivisible". Es al mismo tiempo carne, cuerpo, alma y espíritu. Sin embargo, en su total libertad, puede vivir de dos maneras diferentes: como hombre-carne o como hombre-espíritu, este es el reto que tiene delante. Si se contenta consigo mismo y se cierra a lo que le rodea, entonces vive como "carne", si se orienta a Dios de quien recibe la existencia y la inmortalidad, vive como "espíritu". Pablo nos dice que en Cristo "habita la plenitud de la divinidad en forma corporal" (Col 2,9). El cuerpo, como ha quedado patente con Jesucristo, es el final del camino del hombre. La corporeidad forma parte, por tanto, del ser humano y en esta corporeidad se verá reflejado el "yo" del hombre, su debilidad o su transcendencia, su egoísmo (carne), su apertura a los demás (cuerpo) o su relación con Dios (espíritu).

- El magisterio de la iglesia siempre ha defendido la unidad indisoluble del hombre.

La tradición agustiniana, asumía la forma de pensar de la filosofía griega, que admitían en el hombre dos realidades diferentes, cuerpo y alma, donde esta última, inmortal, estaba castigada a convivir en esta vida con la otra parte, la corporal. Santo Tomás de Aquino, asume y trasforma las categorías de la filosofía griega y formula una concepción más en consonancia con el modelo bíblico: en el hombre no hay dos esencias independientes, dos partes, pues es al mismo tiempo cuerpo y alma. En el Concilio de Vienne (año 1313), la Iglesia estableció que "el alma racional es la forma del cuerpo", queriéndonos decir que el espíritu emerge en la materia en forma de "cuerpo", siendo este "cuerpo" la manera en que se expresa y se realiza el espíritu. En el V Concilio de Letrán se afirma que el espíritu es la forma "singular e individual" de cada cuerpo, que constituye una "unidad" personal. A esta alma, perteneciente al cuerpo, se le atribuye el carácter de inmortal, dándonos a entender que la muerte biológica, no puede ser, por tanto, la disolución definitiva de la realidad del hombre, acercándose a la tesis de Pablo que entendía la muerte como otro modo de estar con Cristo (Flp 1,23).
¿QUÉ SIGNIFICA LA MUERTE?
Después de lo dicho, la definición clásica de que la muerte es la separación del alma y del cuerpo vemos que es absurda. No se puede admitir la idea de que el cuerpo desaparezca y el alma como es inmortal siga viviendo, la muerte atañe a la totalidad del hombre, que como hemos dicho, es indivisible. Todo en el hombre está implicado, el cuerpo es también parte esencial y constitutiva del alma. La vida, aquí y ahora, es una vida mortal por definición, la muerte está presente siempre y en cada momento, desde el mismo nacimiento ya estamos poco a poco muriendo cada día. En el hombre "existe una muerte vital" (San Agustín, Confesiones 1,6). La "muerte", como extinción total, no existe. Lo que verdaderamente existe es el hombre que muere poco a poco; nuestra existencia es precisamente para la muerte. La muerte no viene de fuera, está ya dentro de nosotros, por supuesto, hablamos de la muerte biológica, pues el cristiano sabe de sobra que prepararse para la muerte significa prepararse para la vida, claro está, para la definitiva, plena y auténtica, como la del resucitado, la de Jesús. La instante de la muerte (en esta vida mortal) es la frontera no entre alma y cuerpo, pues esto es imposible por la propia definición de estos términos como principios metafísicos, sino entre el tipo de "corporeidad" que tenemos que asumir al morir. Verdaderamente, nuestro cuerpo nace definitivamente al morir, en este nuevo parto, las características del nuevo cuerpo, ilimitado y abierto y su relación con la materia son muy diferentes, "la semilla ha muerto, viva la planta". Nuestro "nuevo" cuerpo no abandona la materia, pues no puede abandonarla, porque nuestro espíritu se relaciona con ella para poder expresarse, sino que la "penetra" mucho más profundamente, en una relación cósmica total, descendiendo al corazón de la tierra (Mt 12,40).

NOTAS
(1) Gal 5, 18-21; 1 Cor 1,26; 2 Cor 10,5; Rom 8,6 ss

(2) Rom 12,1; 1 Cor 7,4; 9,27; 13,1; Flp 1,20

(3) "Esto es mi cuerpo (mi yo) que será entregado por vosotros" (1 Cor 13,3; 9,27; Flp 1,30 Rom 12,1)

(4) Gen 2,7; 12,5; 46,22; Ex 13,8-9

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