lunes, 29 de diciembre de 2014

POR UN SOLO PECADO...

 ¿Podemos ir al infierno sólo por un pecado mortal?
 Esta pregunta está mal planteada. El infierno es una decisión de toda una vida y de la totalidad de nuestros actos. Nadie es condenado al infierno sin más. Sólo permanece en el infierno quien lo creó para sí, el que se decidió por él. La epístola a los hebreos dice que «si pecamos voluntariamente... estamos destinados al ardor del fuego» (10,26‑27). Como ya notaron con acierto algunos Santos Padres (Agustín, Teofilacto), no se dice «después de haber pecado» sino «si pecamos», es decir, si persistimos en nuestro pecado rechazando la conversión. Se trata por lo tanto de una disposición del alma, no de un hecho aislado.
Nuestra situación de peregrinos entre tentaciones, dificultades sicológicas, errores en la educación y debilidades de todo tipo, no nos permite durante nuestra vida realizar un acto que marque de una vez por todas nuestro destino futuro. Nuestra vida es una sucesión de actos continuos, la mayoría de ellos ambiguos, porque el hombre es simultáneamente bueno y malo, justo y pecador. Lo que marca nuestro destino futuro es nuestra vida en cuanto totalidad, no éste o aquel acto.  
Los actos revelan nuestro proyecto fundamental. Si repetimos siempre los mismos actos y nunca intentamos corregirlos sino que permitimos que tengan lugar sin ninguna preocupación, podrán señalar poco a poco nuestra dirección fundamental. Sin embargo, si tenemos nuestro proyecto fundamental orientado hacia Dios, controlamos la situación de tiempo en tiempo e intentamos vencernos siempre que percibimos que nos estamos desviando, entonces los actos individuales cobran menos importancia. Podrán ser pecados graves, pero no mortales (que llevan a la segunda muerte). Por un pecado «mortal» que no sea el resultado de toda una vida y de toda una orientación nadie será expulsado a las tinieblas exteriores. La decisión fundamental y definitiva del hombre se realiza al morir, como vimos anteriormente. En ese momento el hombre percibe una vez más toda su vida, comprende a Dios y lo que El significa, se confronta una vez más con Cristo y su función cósmica, y entonces, absolutamente libre de obstáculos externos, podrá decir un sí definitivo a Dios o un no final.
Aquellos hombres que buscaron con sinceridad la verdad y la justicia, aunque hayan sido pecadores y hayan estado lejos de Dios por las circunstancias tal vez de educación, malos ejemplos, complejos síquicos, podrán ahora verlo y decirle un sí definitivo. Porque estaban sirviendo a Dios cuando hacían el bien y respetaban a los demás. El proyecto de su vida se verá ahora realizado y vivirán en Dios.

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