Reacción
de Jesús y restablecimiento del hombre
Mc
3,5:
Echándoles en torno una mirada de ira y apenado por su obcecación,
le dijo
al hombre: «Extiende el brazo». Lo extendió y su brazo volvió a
quedar normal.
El silencio de los fariseos, que manifiesta su sinrazón y la
obstinación en su propósito, provoca la indignación de Jesús. Los
mira a todos con ira: esa postura le resulta intolerable. Me muestra
así el antagonismo de Jesús contra los que se sirven del nombre de
Dios para impedir el designio divino, la libertad del hombre, haciendo
a éste víctima de una Ley religiosa.
Pero, junto a la ira, Jesús siente tristeza. La ira corresponde al mal
que hacen los fariseos subyugando al pueblo e impidiendo su desarrollo
humano. La tristeza se debe a la obcecación incurable de estos
hombres que llaman al mal bien y al bien mal (Is 5,20); también ellos
son dignos de compasión: son otro ejemplo de la obra de Dios
malograda.
Ambas reacciones nacen del amor: la ira, del amor al pueblo; la
tristeza, del amor a los fariseos mismos.
Pero la situación de los fariseos es peor que la del pueblo; mientras
éste, oprimido, puede responder a la oferta de libertad, los
fariseos, oprimidos y opresores al mismo tiempo, la rechazan. Ellos se
han sometido a la doctrina de los letrados; pero, a su vez, someten al
pueblo con ella. Compensan la opresión que sufren con el poder que
ejercen.
El hombre del brazo atrofiado, figura del pueblo sin capacidad de acción,
se dejará guiar por Jesús, quien le restituirá la libertad y la
capacidad creativa. Los fariseos, por el contrario, se obstinarán en
su postura y maquinarán para acabar con Jesús. El intento de éste
con ellos fracasa rotundamente; de ahí su tristeza.
También la frase «le dijo al hombre» está puesta por
Mc en presente
(«le dice»). Continúa el sentido ejemplar del relato y su validez
para todo tiempo.
La reacción de Jesús no es violenta, pero sí desafiante y valiente:
la oposición de los líderes espirituales no va a detener su acción.
Como en la sinagoga de Cafarnaún (1,21b-22 Lect.), ésta responde a
su programa de éxodo; va a realizar su primera fase, la liberación
de la esclavitud; la tierra de opresión de la que quiere sacar al
hombre es la institución judía, representada por la sinagoga. Los
partidarios de ésta se oponen: no quieren que el pueblo se libere de
la sumisión a la Ley, que asegura su propio dominio.
«Extender el brazo/la mano» significa ejercer la capacidad de acción
(1,41 Lect.); Jesús va a restituírsela al hombre, permitiéndole su
libre iniciativa.
Al pronunciar las palabras «extiende el brazo», Jesús es consciente
de estar arriesgando su vida (3,2). Se confrontan así dos actitudes:
la de los opresores, que por su propio interés quitan la vida al
hombre, y la de Jesús, que por interés del hombre arriesga su propia
vida. Cumple el compromiso expresado en su bautismo (1,9).
El bien del hombre no sólo está por encima de la Ley, sino que es la
norma suprema que rige todo comportamiento moral. Es el valor absoluto
frente al cual queda relativizada incluso la propia existencia. Para
el fariseo, en cambio, la Ley, como absoluto, no reconoce una norma
superior que pueda juzgarla; al identificarse con la voluntad divina,
se convierte en un ídolo que suplanta a Dios mismo.
El inválido ejecuta la orden de Jesús, con lo que demuestra su curación.
El brazo que carecía de vida puede moverlo ahora a voluntad. Su
situación, que parecía irreversible («atrofiado/seco»), desaparece
al secundar la orden de Jesús
Bajo estas figuras indica Mc que Jesús, convenciendo al pueblo de que
la Ley está subordinada al hombre, elimina el influjo de la institución
y de su doctrina. Con esto, el pueblo de Galilea se sustrae a la
dependencia que lo tenía disminuido y recobra su capacidad de acción
e iniciativa («su brazo quedó normal»). La orden que da al inválido
significa que Jesús urge, apremia a los hombres a que opten por la
libertad y la vida. El que responde, recupera su humanidad.
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