lunes, 29 de diciembre de 2014

EL ANTICRISTO EN EL NT...

  El Anticristo en el Nuevo Testamento: «vino de los nuestros pero no era de los nuestros»
 Si el Anticristo constituye una atmósfera de orgullo y autoaseguramiento del hombre contra Dios que se ha instalado en la historia, tendrá que recrudecer su intensidad a medida que se avecine el fin del mundo. Era lo que pensaba la comunidad primitiva. Hará eclosión una gran apostasía de la fe y la caridad se entibiará desastrosamente (Mt 24,12; Lc 18,8; 2 Tes 2,3). Esa atmósfera tendrá sus representantes que falsamente se presentarán como Cristos y profetas. Y harán prodigios grandiosos (Mc 13,22; Mt 24,24). Muchos serán seducidos. San Juan no presenta uno solo sino muchos Anticristos: «Hijitos, ésta es la última hora..., ya ahora existe gran número de Anticristos; éstos nos indican que ésta es la última hora..., pero no eran de los nuestros» (1 Jn 2,18-19). San Pablo ve el paroxismo del misterio de (a iniquidad cuando el «Hombre del Pecado, el Hijo de la Perdición y el Adversario» (2 Tes 2,3-4) conozcan su parusía (2 Tes 2,9). San Juan lo denominará sencillamente Anticristo (1 Jn 2,18.22; 4,3; 2 Jn 7). La característica propia que lo convierte justamente en Anticristo es el querer «alzarse por encima de todo lo que se llame Dios o sea objeto de culto, hasta sentarse en el Templo de Dios, presentándose como Dios...» (2 Tes 2,3ss). Por consiguiente, la voluntad de poder y de autoimposición, hasta la locura del autoendiosamiento, constituyen la esencia del Anticristo.
Esta perspectiva queda descrita por San Juan en el Apocalipsis de modo terrorífico. En el capítulo trece, empleando tradiciones místicas precristianas, alusiones a la historia contemporánea de los emperadores romanos y a la mística de los números del Antiguo Oriente, San Juan describe el alzarse de dos bestias, una del mar (Apoc 13,1-8) y otra de la tierra (13,11-18). La bestia surgida del mar (Imperio romano) representa el poder político bestial y tiránico que se proclama a sí mismo Dios. No se trata del estado en sí, en cuanto poder al servicio del orden de este mundo, sino de la forma abusiva y absoluta del poder político que se autodiviniza, como ocurría en el Imperio romano. Los emperadores se titulaban a sí mismos « divus, dominus ac deus», se dejaban llamar « potens terrarum dominus», eran saludados como «terrarum gloria» y «salus». El poder exige adoración y total sujeción. Por eso ama la sangre y se deleita en la guerra. Acumula triunfos; se presenta como salvador; lo adoran los habitantes de la tierra (Apoc 13,8).  
La segunda bestia, surgida de la tierra, está al servicio del poder político: es su empresario, jefe de propaganda y teólogo del Anticristo. Su característica es el poder mágico-cúltico-religioso. Se reviste del lenguaje religioso, se pinta como el Cristo vuelto a la vida y hace milagros prodigiosos. Wladimir Scloviev, que vivió sus últimos años «sub specie antichristi venturi» (1853-1900), lo llama en su célebre «Narración corta sobre el Anticristo», «doctor honoris causa» de teología («Übermensch und Antichrist», Friburgo 1958, 100-133). Con su grandielocuencia y brillantez consigue seducir a los hombres para que adoren el poder político (Apoc 13,14).
¿El Anticristo será una personalidad individual o una institución? Los textos del NT sugieren ambas soluciones. La atmósfera del mal y de la rebeldía contra Dios produce un espíritu de Anticristo que se articula en representaciones colectivas de las que el individuo difícilmente puede protegerse. La historia no es un proceso impersonal. Las fuerzas colectivas, las ideologías de poder, cobran cuerpo en personalidades individuales e históricas. Por eso el Anticristo puede ser ambas cosas: tanto una atmósfera como una persona que la encarna o en quien ella se encarna.
   

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