Desde los viajes de Marco Polo, el Tíbet ha fascinado a los
europeos. Era un país en las montañas más altas del mundo, casi
inaccesible e inhóspito, con un ecosistema muy duro, gobernado por una
dinastía de Dalai Lamas reencarnados, donde la religión tenía una
importancia fundamental.
El monasterio de Lamayuru, uno de los más antiguos del Tíbet.
LA FASCINACIÓN POR EL TIBET.
Rueda de oraciones budista.
El monasterio de Lamayuru, uno de los más antiguos del Tíbet.
LA FASCINACIÓN POR EL TIBET.
Rueda de oraciones budista.
Durante
mucho tiempo se prohibió la entrada a cualquier extranjero, por lo que
el atractivo y el misterio del Tíbet aumentó. Se decía que la capital,
Lhasa, era un lugar mágico y que la residencia de los Dalai Lamas, el
Potala, era una de las maravillas del mundo. Incluso se afirmaba que en
el Tíbet había un lugar en el que no existía la vejez ni la muerte, un
valle con una vegetación exuberante entre nieves perpetuas, Shangri-la o
Shambala. Tanta leyenda hizo del Tíbet un lugar que atraía a los
aventureros.
En
1959, el Dalai Lama y muchos otros lamas (maestros) tibetanos huyeron
del control militar del gobierno chino y desde entonces viven exiliados.
El Tíbet, en la actualidad, pertenece desde el punto de vista político a
China, aunque los tibetanos en el exilio liderados por el XIV Dalai
Lama buscan de modo pacífico conseguir un gobierno tibetano que respete
su religión y sus costumbres. Muchos de estos lamas viven en la India,
pero otros se han dispersado por todo el mundo y han creado monasterios y
centros budistas consiguiendo que el budismo tibetano florezca fuera de
Asia. En 1989 le fue concedido al Dalai Lama el Premio Nobel de la Paz.
Sin duda, la figura del actual Dalai Lama ha hecho mucho para que
perdure la fascinación por el Tíbet y el budismo tibetano.
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