Ford Madox Brown: El juicio de Wycliffe AD 1377. Mural en el Manchester Town Hall
Cuando
Jorge Manrique dice que “cualquiera tiempo pasado fue mejor” se
equivoca. Con él se equivocan también los cristianos que creen, por
ejemplo, que los siglos que median entre la caída de Roma y el
Renacimiento fueron siglos de acendrada fe religiosa y estabilidad de la
Iglesia, tiempos en que las gentes seguían las normas de la moral y la
religión y, temerosas de los castigos de la Inquisición, tenían una
conducta más recta que la de hoy.
El siglo
XIV, por ejemplo, que siguió a la instauración del Santo Oficio para
atajar las herejías de albigenses, insabattatos, etc., fue un siglo de
barbarie, un salto hacia los tiempos más duros de la Historia. El siglo
X, el siglo de hierro, no fue tan malo. El papa estaba cautivo en
Aviñón, las herejías crecían sin cesar, la lujuria estaba a la orden del
día, los cismas en la Iglesia aparecían por todas partes, hubo un
fervor apocalíptico como nuna antes había tenido lugar, apareciero
falsos profetas predicando el fin del mundo, hubo guerras feroces que
ensangretaron media Europa, los reyes empobrecían a sus súbditos, los
campesinos se levantaban contra los nobles y por todas partes se
producían devastaciones de regiones enteras. Se recurría a la violencia
con la mayor facilidad, decaían las órdenes religiosas, los grandes
teólogos y filósofos se sumían en la oscuridad. Al siglo anterior, el de
los reyes Fernando III, Jaime I, San Luis, el de los filósofos y
teólogos Tomás de Aquino, Buenaventura, etc., sucedió el de Felipe el
Hermoso, Pedro el Cruel, Carlos el Malo, Juan Wiclef. En lugar de la
Divina Comedia hubo el Roman de la Rose.
A España
le tocó su parte. El reino de Aragón cayó en luchas intestinas que
fueron reprimidas a sangre y fuego por Pedro el Ceremonioso. El de
Castilla se entregó a luchas fratricidas. La civilización nacional dio
un paso atrás.
A la
sombra de la devastación creció el oscurantismo, que no otra cosa es en
el fondo todo aquel magma de herejías de los siglos XIII y XIV. En
nuestra península hicieron su aparición los begardos, laicistas y falsos
místicos que anticiparon a los alumbrados.
La
Inquisición catalana quemó en 1263 a un tal Berenguer de Amorós. Hacia
1320 se prendió a Pedro Oler de Mallorca y Fr. Bonanato. El primero fue
también quemado. El segundo abjuró y salió de la hoguera medio
chamuscado. En 1323 apareció Durán en Gerona. Era otro begardo que
condenaba la propiedad privada y el matrimonio. Junto con varios
seguidores suyos, también fue quemado. Algo más tarde le volvió a tocar
el turno a Fr. Bonanato, que había reincidido. Hacia 1344 aparecieron en
Valencia Jacobo Juste y sus secuaces, que fueron a prisión.
Los
delitos de los begardos era los siguientes: creer que eran tan puros que
no podían pecar, que una vez llegado, como ellos, a la perfección se
puede conceder al cuerpo todo lo que pida, que en ese estado no se está
sujeto a ninguna obediencia humana, que es posible llegar a él en esta
vida, que el alma perfecta está sobre las virtudes, así que no tiene que
practicar ninguna, etc.
«Estos hipócritas se
extendieron por Italia, Alemania y Provenza, haciendo vida común, pero
sin sujetarse a ninguna regla aprobada por la Iglesia, y tomaron los
diversos nombres de Fratricelli, Apostólicos, Pobres, Beguinos, etc.
Vivían ociosamente y en familiaridad sospechosa con mujeres. Muchos de
ellos eran frailes que vagaban de una tierra a otra huyendo de los
rigores de la regla. Se mantenían de limosnas, explotando la caridad del
pueblo con las órdenes mendicantes». (Menéndez y Pelayo, M., Historia de los heterodoxos españoles, tomo I, Editorial católica, Madrid, 1978, página 518)
Su
doctrina no se extinguió con ellos, sino que continuó durante el siglo
XV con las herejías de Durango, en el XVI con los alumbrados y en el
XVII con los molinosistas.
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