(heb. qâneh y gr. kanon, "caña [vara]"). Término que -derivado originalmente del nombre semita de una vara derecha o caña- en sucesivas aplicaciones tuvo el sentido de "instrumento para medir" y "regla [norma]" de conducta, gramatical, etc., establecida con autoridad, Kanon aparece varias veces en el NT: en 2 Co. 10:13, 15, 16 ("regla", RVR; "norma", BJ) con el sentido de límites o esferas de acción; en Gá. 6:16 con el de "regla" de la vida cristiana dada por inspiración divina; y en Fil. 3:16 con el de "regla" o norma de vida. Este Diccionario sólo analizará su aplicación a la colección o lista de los libros sagrados que componen el AT y el NT, aceptados como inspirados por Dios y, por tanto, investidos de autoridad divina. Para la iglesia cristiana del s II d.C. "canon" llegó a significar la verdad revelada, la regla de fe. Orígenes (c 185-c 254) fue el escritor cristiano más antiguo que aplicó el término a la colección de libros de la Biblia, reconociéndola como regla de fe y práctica. El dijo: "Nadie debe usar para probar una doctrina libros no incluidos en las Escrituras canónicas". Años más tarde, Atanasio (c 293?-373) designó a toda la colección de libros sagrados como el "canon". De este modo, el término pasó a indicar el catálogo o lista de libros sagrados aceptados como inspirados, normativos, sagrados y con autoridad. El estudio del Canon involucra las preguntas de cuándo, cómo, por quién y por qué los diversos libros de la Biblia fueron aceptados como sagrados y plenos de autoridad; procura descubrir quiénes los coleccionaron y organizaron en su orden actual. Por tanto, es mayormente una investigación histórica. Con relación al Canon del NT hay fuentes abundantes, pero, con respecto al AT el investigador se encuentra con grandes dificultades por la falta 200 de evidencias externas. No se conservó registro histórico alguno acerca de la formación del AT, ni en las Escrituras ni en otros documentos históricos contables. En los escritos judíos extrabíblicos aparecen 2 informes que tienen que ver con el tema (2 Mac. 2:13-15; 4 Esd. 14:19-48): El 1º dice que Nehemías reunió los libros hoy considerados canónicos y fundó una biblioteca; al 2º se lo conceptúa como puramente legendario. Bib.: Orígenes, Comentario sobre Mateo, sección 28. I. Canon del Antiguo Testamento. El Canon del AT, como lo aceptan los protestantes, es la Biblia hebrea. De acuerdo con la distribución actual consiste de 39 libros, pero en tiempos de Jesús estaba organizada en 24 libros (Esd. 14:45) distribuidos en 3 divisiones: Ley, Profetas y Escritos o Hagiógrafos (véase Biblia [II. Divisiones]). Se han propuesto varias teorías para explicar la triple división de la Biblia hebrea: 1. Las divisiones se fundamentan en la erudición judía de la Edad Media (entre ellos Maimónides), que habría sostenido que las 3 divisiones representan 3 grados de inspiración: para la Torah, Moisés habló directamente con Dios; los profetas poseyeron el "espíritu de profecía"; y los Escritos fueron inspirados por el Espíritu Santo. Pero esta posición es insostenible. En realidad, el NT ignora los grados de inspiración: Jesús usó las 3 partes como si tuvieran el mismo valor (Lc. 24:27, 44; cf 2 Tim. 3:16). 2. Las divisiones se deben a diferencias de contenido. En primer lugar está la ley, luego la historia y las predicciones, y por último la poesía y la sabiduría. Pero estas distinciones no son sólidas. La Torah no sólo contiene leyes sino también una gran cantidad de historia y algo de profecía; los Profetas incluyen un gran porcentaje de poesía; y los Escritos contienen los libros históricos de Esdras, Nehemías y Crónicas y el libro profético (en parte histórico) de Daniel. 3. Las divisiones se deben a diferencias en la posición oficial y el estatus de los escritores bíblicos. Este punto de vista lo sostienen muchos protestantes modernos. Por ejemplo, para explicar la posición de Daniel entre los Escritos distinguen entre el "don de profecía" (donum profeticum) y el "oficio de profecía" (munus profeticum). Daniel, creen ellos, poseía el don de profecía pero no el oficio profético. 4. Las divisiones representan etapas separadas en el proceso de canonización. Esta es la posición crítica moderna. Sostiene que la formación del Canon fue un proceso gradual que comenzó con la Torah, fue seguida por los Profetas mucho tiempo más tarde, y todavía más tarde por los Escritos. Aunque este punto de vista tiene algunas cosas en su favor, el erudito conservador no puede aceptar las fechas tardías qué se asignan a las divisiones del canon. Además, es muy probable que la colección de los Profetas y los Escritos se compusiera más sincrónicamente, y que, por tanto, las 2 divisiones representen diferencias de contenido y no sólo de cronología. Se cree que un estudio de las evidencias mosa que las 3 partes ya se reconocían como Escrituras en tiempos de Esdras y Nehemías; que los profetas, excepto los postexílicos, se aceptaron como Escritura antes del exilio; y que la ley se aceptó en tiempos de Josué. Estas conclusiones se basan en el supuesto de una datación temprana y conservadora de los libros del AT. Al trazar la historia de la formación del AT se recomienda comenzar con el Canon completo como existía en el s I d.C., y luego trabajar hacia atrás. El uso en el NT de términos como "las santas Escrituras" y "Escrituras" deja bien en claro que entre los judíos del s I d.C. había una colección definida de escritos sagrados, fija y plena de autoridad (Mt. 21:42; 22:29; Lc. 24:32; Jn. 5:39; Hch. 17:2, 11; 18:24; Ro. 1:2; 2 Ti. 3:15). Las declaraciones de Jesús también evidencian el reconocimiento de la división en 3 partes de los libros sagrados (Lc. 24:44). Las palabras de Jesús en relación con los mártires existentes desde Abel hasta Zacarías (Mt. 23:35; Lc. 11:51), también están en armonía con tal disposición. Cronológicamente, Zacarías no fue el último hombre justo asesinado, pero su homicidio es el último registrado en la Biblia hebrea (está en 2 Cr. 24:20, 21, último libro del Canon hebreo; esta evidencia implica el reconociriúento de los otros libros de la 3ª división del canon hebreo). Las evidencias del NT en relación con el Canon hebreo se confirman por escritos judíos del s I d.C. El 1er escrito que habla de 24 libros sagrados es 4 Esdr. 14:19-48. Las obras de Filón, filósofo judío alejandrino (apogeo a fines del s I a.C. y comienzos del II d.C.), tienen citas de la mayoría de los libros del Canon hebreo pero nada de los apócrifos. El historiador judío Flavio Josefo (37 d.C.-c 100) menciona 22 libros canónicos "que contienen registros de todo el pasado" (tal vez siguiendo la costumbre de algunos judíos de hacer equivaler el número de libros con las 22 letras del alfabeto hebreo). Enumera 5 como de Moisés y 13 de los Profetas (tal vez Jos., Jue.-Rt., S., 201 R., Cr., Esd.-Neh., Est., Job, Dn., Is., Jer.-Lm., Ez. y los 12 Profetas Menores). "Los 4 restantes -declara-, contienen himnos a Dios y preceptos para la conducción de la vida humana" (sin duda se refiere a Sal., Cnt., Pr. y Ec.). Un grupo de eruditos judíos confirmó este Canon en el Concilio de Jamnia (fines del s I d.C.). Aunque se puso en duda la canonicidad de libros como Pr., Ec., Est. y Cnt., al fin se retuvieron como Escrituras. Se adoptó la posición de que, en cuanto a los judíos, el Canon estaba cerrado; por ello, el Canon judío no sólo excluye los libros apócrifos sino también los cristianos (como los Evangelios). Otra evidencia acerca del Canon en el s I a.C. acurre en la Carta de Aristeas (que unos ubican en el s I d.C. y otros más tarde), donde habla del Pentateuco como "Escrituras" (56); sería la más antigua mención de ese hecho. Del s II a.C. tenemos algunas menciones significativas en los escritos apócrifos. En 1 Mac. (c 100 a.C.) se habla del ánimo derivado de "los libros santos que están en nuestras manos" (12:9). En 1:54 se alude en forma definida a Dn. 9:24-27. En 1 Mac. 2 se menciona a los 3 hebreos y Daniel entre los héroes de la fe como Abrahán, José, Finees, Josué, Caleb, David y Elías (1 Mac. 2:51-60; cf Dn. 1:7; 3:26; 6:23); todo esto indica que el libro de Daniel se consideraba normativo y canónico. En 1 Mac. 7:16, 17 se introduce una cita de Sal. 79:2 y 3 con la frase: "Según la palabra que estaba escrita", lo que revela que Salmos también se consideraba canónico. En 1 Mac. también se registra los esfuerzos de Antíoco Epífanes por destruir los libros de la ley (1:20, 56, 57). Como 2 Mac. proviene de más o menos la misma fecha, nos cuenta cómo Judas Macabeo hizo una colección de escritos sagrados (2:14). El Eclesiástico, o la Sabiduría de Jesús ben Sirá (c 180 a.C.), nos proporciona evidencias importantes. Hacia el 132 a.C., el nieto de este sabio judío tradujo el texto hebreo de esta obra al griego y escribió el prólogo, en el que se refiere a "la Ley, los Profetas y los otros que les han seguido" (sería la 1ª evidencia de la existencia de una división tripartita de la Biblia hebrea). El Eclesiástico alude, cita o se refiere a por lo menos 19 de los 24 libros del Canon hebreo. Claramente menciona la disposición de los Profetas Menores como el grupo de "los doce profetas" (49:10), y el bien conocido "Elogio de los antepasados" sugiere que la 2ª división del Canon gozaba de autoridad en ese tiempo (44:3, 4; 49:6, 8,10). No nos han llegado escritos judíos producidos entre el s II a.C. y el tiempo de Esdras y Nehemías (s V a.C.). Sin embargo, Josefo cuenta la historia de la visita de Alejandro Magno a Jerusalén en el s IV a.C., cuando Jad, el sumo sacerdote, salió a recibirlo fuera de los muros y lo convenció de que no destruyera la ciudad. En esa ocasión, según Josefo, le mostraron a Alejandro las profecías del libro de Daniel con respecto a él. Si el relato es verídico, la existencia y el estudio de esta obra profética se remontan al s IV a.C. No puede haber dudas de que por el s V a.C. el Pentateuco se consideraba escritura canónica (cf Neh. 8:1-8). Evidencia de ello es la reverencia de la gente cuando se desenrolló el manuscrito. El Pentateuco completo o en parte se menciona como "libro de Moisés", "la ley de Moisés", "la ley de Jehová" o "el libro de la ley de Jehová" unas 24 veces en Cr. y Esd. Neh, y una vez en Mal. (4:4). La tradición judía asigna la colección de los libros sagrados y la fijación del Canon hebreo a Esdras y Nehemías. En 2 Mac. se mencionan los "archivos y... las Memorias del tiempo de Nehemías", y que éste fundó "una biblioteca, reunió los libros referentes a los reyes y a los profetas, los de David..." (2 Mac. 2:13-1 cf 4 Esdr. 14:37- 48). Josefo también implica que el Canon se completó en tiempos de Esdras y Nehemías, y afirma que a partir de ese tiempo los escritos no tienen el mismo valor, "pues ya no hubo una sucesión exacta de profetas". Pero existen evidencias de que la Ley y los Profetas se consideraban como Escrituras en fecha aún más temprana. Zacarías (c 518 a.C.) se refiere a los israelitas anteriores al exilio del siguiente modo: "Y pusieron su corazón como diamante, para no oír la ley ni las palabras que Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los profetas primeros" (cp 7:12). Este es un locus classicus acerca de la inspiración de los profetas del AT. Además, si seguimos la datación conservadora del libro de Daniel* (s VI a.C.), tenemos la evidencia adicional de que los escritos de Jeremías se reconocían como autoridad junto con "la ley de Moisés" (Dn. 9:2, 11, 13). Si el Canon de los profetas se cerró en el período del exilio, es fácil comprender por qué Daniel no fue incluido. La fecha más tardía que se da en Daniel es el 3er año de Ciro (10:1); o sea, el 536/535 a.C. El libro quizá se completó poco más tarde. En el s VII a.C. se ven claras evidencias de que la Ley, o gran parte de ella, se consideraba como normativa y dotada de autoridad. El rey Josías y su corte la aceptaron como antigua y palabra de Dios (2 R. 22:13, 18, 19). Esta experiencia a veces la citan los eruditos modernos 202 como el comienzo del Canon hebreo, pero no hay base para esta afirmación. La Ley se consideraba normativa mucho tiempo antes (cf Ex. 24: 3, 7). Se pueden citar evidencias en favor de esta idea del tiempo de Joás (2 R. 14:6), la comisión que David le encargó a Salomón (1 R. 2:2, 3) y aún del tiempo de Josué (Jos. 1:7, 8; 8:31; 23:6). Otra evidencia importante para una canonización preexílica de la Torá es la existencia del Pentateuco Samaritano. Esta es la única parte de la Biblia hebrea que los samaritanos* aceptaron como Sagrada Escritura. Aunque el Pentateuco Samaritano muestra ligeras variantes con respecto al hebreo en algunos pasajes, es idéntico en cuanto a distribución, tamaño y contenido. Esto muestra que la Torá había sido adoptada como Santa Escritura por ambas naciones antes de la separación en judíos y samaritanos. También demuestra que el Pentateuco hebreo tuvo su forma actual antes que las 2 naciones siguieran sus caminos separadamente. Si los judíos hubieran agregado algún material a la Torá después que se hubiese producido la separación entre ellos, los samaritanos no lo habrían aceptado. Esta ruptura entre judíos y samaritanos ocurrió después del regreso de los judíos del exilio (de acuerdo con Esd. 4:1-4). Parece razonable concluir que, en tiempos cuando comenzó el exilio, el Pentateuco se consideraba la Biblia tanto para judíos como para samaritanos. Durante el exilio otros libros comenzaron a ser considerados parte del canon -los libros proféticos-, pero estos agregados al Canon preexílico no fueron aceptados por los samaritanos cuando éstos y los judíos siguieron sus caminos separados después del exilio; pero ambos conservaron como Sagrada Escritura esa parte de la Biblia actual que ambas naciones habían considerado como su Biblia antes del comienzo del exilio. Véase Versiones. Bib.: FJ-AA i.8; FJ-AJ xi.8.4, 5; FJ-AA i.8. Más por su valor como fuentes que por su presentación de la historia del Canon del AT, se recomiendan los siguientes libros: H. E. Ryle, The Canon of the Old Testament [El Canon del AT] (Londres, 1914); R. H. Tyle, The Canon of the Old Testament [El Canon del AT] (Londres, 1904). II. Canon del Nuevo Testamento. El AT fue la Biblia de la iglesia cristiana primitiva. Entre los cristianos de habla griega esa Biblia fue la Septuaginta. Aun después que los seguidores de Jesús se separaron del judaísmo, retuvieron los libros sagrados que habían llegado a llamar el AT. Esto se debió principalmente al hecho de que Jesucristo, su Señor, había usado estos escritos y los respaldó como poseedores de autoridad (Mt. 5:17-19; 21:42; 22:29; Mr. 10:6-9; 12:29, 36; etc.). Consideró su vida y misión como un cumplimiento de las promesas y profecías contenidos en ellos (Mt. 26:54; Mr. 14:49; Lc. 4:21; 22:16, 37; 24:24-27, 44, 45; Jn. 4:39; 10:35; 13:18; 15:25; 17:12). Con tal respaldo, los cristianos no podían descartar las escrituras del AT como judías, sino más bien aceptarlas como libros cristianos. De acuerdo con Hechos, también los primeros predicadores cristianos usaron estos documentos como revelaciones divinas dotadas de autoridad (Hch. 1:16; 2:16-21; 8:35; 17:2, 3, 11, 17; 18:4, 19, 24-28; 19:8; 28:23). Aun las epístolas muestran que los primeros cristianos aceptaron el AT como Palabra de Dios, inspirada y llena de autoridad (Ro. 15:4; 1 Co. 15:3, 4; 2 Ti. 3:15-17; 2 P. 1:20, 21). Pero, desde el principio, junto con el AT tuvieron otra fuente de verdad igualmente autorizada: los dichos del Señor, que circulaban en forma oral hasta que se escribieron los Evangelios. En 1 Co. 9:14 Pablo culmina su argumento de que un predicador cristiano tiene derecho a recibir apoyo financiero con la cita: "Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio". Es evidente que con "Señor" quiere decir Cristo, quien dijo: "El obrero es digno de su salario" (Lc. 10:7; cf Mt. 10:10). En apoyo del sostén financiero de los ancianos se cita la misma afirmación en 1 Ti. 5:18 y en relación con una declaración de Dt. 25:4 (las 2 afirmaciones de Pablo son introducidas con las palabras: "Pues la Escritura dice"). En respuesta a las preguntas que hicieron los corintios acerca del casamiento y del divorcio, Pablo menciona la instrucción del Señor o la falta de ella (1 Co. 7:10, 12, 25; muy probablemente la frase "el Señor" se refiera a Jesús). Con respecto a algunas de estas preguntas Pablo pudo citar a Jesús, en otras no, pero dio su propia opinión inspirada. "En palabra del Señor" (1 Ts. 4:15) probablemente se refiera a dichos de Jesús, aun cuando no se los conserva en los Evangelios. Hch. 20:35 presenta a Pablo diciendo: "Se debe... recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir"; un dicho de Cristo que no se incorporó a los Evangelios. Estos y otros pasajes (por ejemplo, Hch. 11:16) señalan la autoridad que se atribuyó a los dichos de Jesús desde el mismo comienzo. Jesucristo no sólo era profeta sino Mesías, Hijo de Dios, divina Palabra encarnada. Por ello, sus seguidores no podían sino poner sus enseñanzas al nivel que tenían 203 los libros del AT (y así reconocían que la revelación final y completa vino por medio de Jesucristo; He. 1:1-3). A medida que la iglesia se expandía, particularmente entre los gentiles, se sentía la necesidad de tener registros escritos de las palabras y los actos de Jesús. Sin embargo, a juicio de los eruditos los documentos más tempranos del NT son algunas de las epístolas de Pablo. En ellas no existen referencias a algún Evangelio escrito, y se cree que la mayoría se redactó antes de los Evangelios. Estas cartas constituyen un tipo nuevo y distintivo de literatura religiosa (aunque tuvieran la apariencia externa de una carta griega corriente). En las manos del gran apóstol la forma epistolar común llegó a ser un poderoso medio de inspiración e instrucción religiosa; aún los enemigos de Pablo admitieron: "Las cartas son duras y fuertes" (2 Co. 10:10). Aún son un medio poderoso y eficaz para esparcir la fe cristiana. ¿Y cómo se produjeron? La evidencia sugiere que la mayoría se dictó y no fue escrita directamente por el apóstol. Sin embargo, al final de la carta, añadía un saludo personal y su firma, lo que le daba autenticidad (como lo sugiere la conclusión de 2 Ts. 3:17: "La salutación es de mi propia mano, de Pablo, que es el signo en toda carta mía; así escribo"; cf 1 Co. 16:21). Los autógrafos originales de todas estas cartas, como los de todos los otros libros de la Biblia, se han perdido. Por lo general se considera que 1 Ts. es la más temprana de las epístolas de Pablo. Fue escrita desde Corinto c 51 d.C.; unos pocos meses más tarde le siguió 2 Ts. Las demás cartas fueron escritas entre el 57 y el 66 d.C. Se desconoce la fecha exacta cuando se escribieron los Evangelios, pero aparentemente no fue antes de la década de 60 del s I d.C. Al principio no se sintió la necesidad de un registro escrito de los dichos de Jesús. Mientras los apóstoles y otros testigos oculares vivían, ¿qué necesidad había de ello? Los apóstoles podían contar no sólo lo que Jesús dijo, sino también lo que realizó. La mayoría de los eruditos creen que Marcos fue el 1º de los Evangelios en escribirse, y Juan el último. Hacia fines del s I d.C., Juan, el último sobreviviente de los apóstoles de Jesús en los días de su carne, registró sus recuerdos de la vida y los dichos de Jesús junto con sus reflexiones sobre ellos, como para suplementar los otros Evangelios. Así, antes del fin del s I d.C. la mayoría de las iglesias conocía los primeros 3 Evangelios. Esto resulta claro por su uso en los escritos de los padres apostólicos (véase la Didajé V.2; Ignacio, Epistola a los filadelfinos 5.8; Epistola de Mathetés a Diogneto, cp 11). A comienzos del s II d.C., no mucho después de escribirse el 4º Evangelio, se reunieron en una colección los 4 Evangelios y se publicaron juntos. Pero no tenemos evidencias históricas que digan cuándo, dónde y quién fue el responsable de ello. Efeso es el lugar más probable; y el tiempo, algún momento de la primera mitad del s II. F. F. Bruce explica la importancia del evento: "Así, aunque previamente Roma tuvo el Evangelio de Marcos, Siria el de Mateo, un grupo de gentiles el de Lucas, y los de Efeso el de Juan, ahora cada iglesia tenía los 4 en una unidad llamada El Evangelio (y cada componente se señalaba por las palabras "según Mateo", "según Marcos", etc.; The Books and the Parchments [Los libros y los pergaminos], p 107). Que esta colección estaba formada antes del 150 d.C. lo muestra el uso de los 4 Evangelios en el papiro Egerton 2 (c 150 d.C.) que se encuentra en el Museo Británico. El Evangelio de la verdad copto encontrado en Nag Hamadí,* de la misma fecha, y tal vez escrito por Valentino, también muestra su familiaridad con los 4 Evangelios. De aproximadamente la misma fecha tenemos la declaración de Justino Mártir en su Primera apología, en la que describe la Eucaristía: "Los apóstoles en sus memorias, llamadas los Evangelios, transmitieron lo que Jesús les ordenó hacer" (cp 66; The Fathers of the Church [Los padres de la iglesia], t 6, p 106). También se refiere a la lectura de "las memorias de los apóstoles o de los escritos de los profetas" en los cultos de adoración (cp 67). Luego, en su Diálogo con Trifón, introduce una cita de Mateo con la frase técnica: "Escrito está" (cp 100). Por el 170 d.C., Taciano, un converso sirio al cristianismo, combinó secciones de cada uno de los Evangelios en un todo más o menos cronológico y lo llamó Diatesarón ("A través de los cuatro"). Su propósito habría sido formar un solo Evangelio que combinara lo esencial de los 4. El título y el contenido de su obra presuponen la existencia y la autoridad de los 4 (y usó nuestros Evangelios y no otros al compilar el Diatesarón). Cerca del 185 d.C., Ireneo arguyó que el número 4 es axiomático. Aun antes de que se formara el grupo de los Evangelios, se reunía otra colección de escritos cristianos tempranos, la que consistía de cartas del apóstol Pablo. El ímpetu por producir esa colección se habría originado en las órdenes que el mismo apóstol dio, las que sugieren que Pablo esperaba que los mensajes de sus epístolas se usaran extensamente. La colección 204 de estas cartas habría comenzado aun durante su vida. Pero la 1ª evidencia cierta de la existencia de algo que se parece a una colección de ellas se encuentra en 2 P. 3:15, 16, que las pone a la par con "las otras Escrituras". El valor de este testimonio reside en la fecha que se asigna a 2 P.: algunos eruditos piensan que es un escrito postapostólico del s II d.C. Goodspeed sugiere que la publicación de Hechos estimuló el interés en Pablo y sus cartas, lo que condujo a coleccionarlas. El martirio del apóstol (c 67 d.C.) también confirió a esos documentos una mayor atracción, y a su vez incentivo a las iglesias a conseguir copias de ellos. A comienzos del s II comenzó a circular una colección de los escritos de Pablo con el nombre de Apóstolos ("El apóstol"). La carta de la iglesia de Roma a la de Corinto, quizás escrita por Clemente a fines de la última década del s I, tiene el consejo: "Tomen la epístola del bendito apóstol Pablo... En verdad, bajo la inspiración del Espíritu, él les escribió" (1 Clemente 47:1-3). Esta es la referencia no canónica más temprana a Pablo, e indica que 1 Co. se conocía tanto en Roma como en Corinto. En la carta de Ignacio de Antioquía a los efesios, escrita desde Esmirna a comienzo del s II, se dirige a sus lectores como a "compañeros de iniciación con Pablo... quien en cada epístola los menciona en Cristo Jesús" (cp 12). Esto hace presuponer una colección de esas cartas. Policarpo, al escribir a los filipenses a mediados del s II, se refiere a Pablo como quien, cuando estaba presente, "enseñaba con exactitud y firmeza la palabra de verdad", y cuando estaba ausente escribía cartas, "de cuyo estudio se podrán edificar en la fe que les fue dada" (cp 3). Cuando se realizó el juicio de los mártires escilitanos de Cartago (180 d.C.), el procónsul Saturnino le preguntó a uno de ellos, Esperato, qué tenía en su caja. La respuesta fue: "Unos libros y las cartas de Pablo, varón justo". En ese tiempo no sólo se conocían las cartas de Pablo en el norte de Africa sino que, con toda probabilidad, se habían traducido al latín. Resulta claro, entonces, que a mediados del s II se habían formado 2 grandes colecciones de documentos cristianos: los Evangelios y las cartas de Pablo. Cuando los 4 Evangelios se convirtieron en una sola unidad, se separó Hechos de la obra de Lucas en 2 tomos y quedó aislada. Pero compartía la misma autoridad y el mismo prestigio del Evangelio de Lucas. Además, proporcionaba una continuación del Evangelio y servía de introducción apropiada a las cartas de Pablo. Por eso llegó a ser el eslabón que unía las 2 colecciones; éstas, con el nexo vital de Hechos, constituyen el núcleo sólido del Canon del NT. Es evidente que las cartas de Pablo formaron el modelo literario para las otras 7 epístolas: Stg., 1 y 2 P., 1, 2 y 3 Jn. y Jud. Estas epístolas católicas o generales aparentemente se abrieron paso separadamente; no existen evidencias de que constituyeran otra colección diferente. Más bien parece haber sido añadidas individualmente a Apóstolos a medida que se reconocía su canonicidad. Apocalipsis está en una categoría por sí mismo, a pesar de que después de la visión introductoria del Cristo trascendente, contiene 7 cartas a las iglesias del Asia Menor. El escritor era consciente de ser un profeta y de que sus mensajes eran un producto de la revelación divina (Ap. 22:6, 7). Por eso debía leerse en público en la iglesia (1:3). A pesar de ello, no fue aceptado enseguida en forma universal como canónico. La aparición de herejes y libros heréticos en la iglesia apresuró el proceso de canonización. Marción (c 140 d.C.) procuró reformar la iglesia que, a su parecer, se había contaminando con el judaísmo. Rechazó completamente el AT y sostuvo que aun las enseñanzas de los Doce estaban impregnadas de ideas judías. El único apóstol genuino, sostenía, era Pablo. Por ello formó un Canon que consistía de Lucas (el Evangelio, purificado de su acreciones judías) más 10 epístolas de Pablo (el Apostolikón), y excluía las epístolas pastorales y Hechos. A éstos añadió un tratado propio llamado Antíthesis. El canon limitado de Marción forzó a la iglesia a tomar posición sobre el tema de los libros religiosos. La iglesia del s II estaba plenamente persuadida de que el AT era parte de las Escrituras cristianas; que había 4 Evangelios con autoridad, no uno solo; que13 y no10 eran las epístolas de Pablo que se debían aceptar; y que se debían incluir las otras epístolas generales. La lista más antigua que nos ha llegado de los libros del NT aceptados por la iglesia primitiva está contenida en el Fragmento Muratoriano, un extracto mutilado de un Canon romano (c 180). No sólo presenta una lista de libros, también contiene afirmaciones con respecto a la autoría, los destinatarios, la ocasión y los propósitos de cada uno. Lamentablemente falta la 1ª parte, y el fragmento comienza en medio de una oración, que aparentemente trataba de Marcos. Por cuanto el Canon luego se refiere a Lucas como al 3er Evangelio y a Juan como al 4º, podemos concluir con bastante seguridad que la parte perdida se ocupaba de Mateo y de Marcos. La lista corresponde 205 en su mayor parte a nuestro Canon actual del NT, excepto 4 libros que no se incluyen: Hch., Stg. y 1-2 P. Se mencionan 2 epístolas de Juan, lo que tal vez significa que 3 Jn. quedó fuera. Además de 13 las cartas de Pablo (excluye He.), el documento se refiere a supuestas epístolas a los laodicenses y los alejandrinos "falsificadas con el nombre de Pablo y dirigidas contra la herejía de Marción", y varias otras que no se pueden aceptar "porque no es apropiado que la hiel se mezcle con la miel". Además del Apocalipsis escrito por Juan, también menciona el Apocalipsis de Pedro, que "algunos de nuestro pueblo rehúsan" escuchar en la congregación. También menciona el Pastor de Hermas, pero no admite que se lo lea en la iglesia. En suma, este documento indica cuáles eran los libros que tenían nivel canónico en Roma hacia fines del s II. Cerca del fin del s II d.C. el testimonio de 3 escritores patrísticos destacados, de diversas regiones geográficas, indica que había un grupo de escritos cristianos generalmente respetados por la iglesia: 1) Ireneo, procedente originalmente del Asia Menor y más tarde obispo de Lyon en Galia, habla de los libros del NT como de "Santas Escrituras" y "los oráculos de Dios". Pone los Evangelios y los escritos apostólicos a la par con la Ley y los Profetas. Aunque no da una lista formal de los libros del NT, se refiere a los 4 Evangelios, Hechos, 13 epístolas de Pablo (excluye Flm.), 1 P., 1 Jn. y Ap. Usa ampliamente Hechos y las epístolas pastorales. Aparentemente no acepta como canónicos He., Stg., 2 P., 3 Jn. y Jud. 2) Tertuliano, un testigo de la iglesia del norte de Africa de c 200 d.C., llamó Escrituras a los 4 Evangelios que pertenecen al Instrumentum evangelicum. Además de estos, parece considerar 18 libros como parte del Instrumenta apostolica: 13 epístolas de Pablo, Hch., 1 P., 1 Jn., Jud. y Ap. Cita He. como obra de Bernabé y aparentemente no lo considera canónico, aunque nota que otros lo aceptan. Habría sido el 1º en usar el nombre de Novum Testamentum para distinguirlo de Scriptura Vetus. 3) Clemente de Alejandría, de aproximadamente la misma época, citó los 4 Evangelios como "Escritura", y es evidente que aceptaba como canónicas 14 epístolas de Pablo (incluyendo He.), Hch., 1 P., 1-2 Jn., Jud. y Ap. No menciona Stg., 2 P. y 3 Jn., y si los aceptaba es incierto. Además, parece haber considerado la Epístola de Bernabé y el Apocalipsis de Pedro como inspirados. Estos 3 destacados escritores del s II concuerdan en general con el Fragmento Muratoriano respecto a la mayoría de los libros aceptados como canónicos: los 4 Evangelios, 13 cartas de Pablo, Hch., 1 P., 1 Jn. y Ap. La inclusión de "las epístolas católicas menores" -Stg., 2 P., 3 Jn. y Jud.- se discutió por muchos años. Esto también fue cierto de He. en el oeste. Mientras el Ap. se aceptaba en el oeste, su lugar en el Canon fue discutido mucho en el oriente. Había libros que hoy están fuera del Canon del NT, pero que en algún momento estuvieron a punto de entrar: como la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas y la Didajé. Hoy existen importantes códices de papiro que datan del s III que contienen grandes porciones del NT. En uno de ellos (p45), que data de la primera mitad del s III, hay 30 hojas de 220 originales de los 4 Evangelios y Hch. Otro (p46), fechado c 200 d.C., tiene 84 de un original de 104 hojas de 10 epístolas de Pablo (incluyendo He.). De mediados del s III, o de la última mitad del siglo, hay uno (p47) con 10 hojas del Ap. Un códice de papiro (P66) de Juan se debe ubicar por el 200. Otro (p72) del s III contiene 1-2 P. y Jud. Finalmente, hay otro (P75), de c 200, con 102 páginas de Lucas y de Juan. La versión Latina Antigua (Vetus Latina) del NT probablemente se produjo en la última mitad del s II. Aunque no existe ningún Ms de la Latina Antigua que contenga todo el NT, sí existen Mss con los Evangelios, Hch., las epístolas de Pablo, Ap. y fragmentos de 1 y 2 P. Poco antes del 400, Jerónimo hizo una revisión de la Latina Antigua, que llegó a conocerse como la Vulgata. Que contenga todo el NT sugiere que en la Latina Antigua también se hallaba. Pero en la Peshita siria, la versión oficial siria, no aparece 2 P., 2-3 Jn., Jud. y Ap., y refleja las dudas de la iglesia oriental acerca de esos escritos. Durante el s III hubo una cuidadosa revisión de los libros más discutidos. El erudito Orígenes viajó extensamente y pudo determinar cuáles eran generalmente aceptados. Clasificó los escritos que pretendían autoridad apostólica en 3 clases: 1. Los libros no discutidos o universalmente reconocidos (4 Evangelios, 13 epístolas de Pablo, 1 P., 1 Jn., Hch. y Ap.). 2. Los escritos falsificados: los Evangelios de los egipcios, de los Doce, y de Basílides. 3. Las obras consideradas dudosas: Stg., 2 P., 2-3 Jn., Jud. y probablemente He. Esta triple clasificación, que revela dudas con respecto a varios escritos, también se encuentra en la Historia eclesiástica de Eusebio. Su lista de libros aceptados es casi idéntica a la de Orígenes, salvo por la inclusión de He. como canónico, y por algunas reservas en relación 206 con Ap. Divide los libros discutidos en 2 grupos: a. Los aprobados por muchos (Stg., Jud., 2 P., 2-3 Jn.). b. Los que son espurios (Hechos de Pablo, Apocalipsis de Pedro, Pastor de Hermas, Bernabé y Didajé). Su 3ª categoría incluye los libros rechazados por ser falsificaciones heréticas: los Evangelios de los egipcios, de Tomás, de Basílides y de Matías, más los Hechos de Andrés y los de Juan. Temprano en el s IV el emperador Diocleciano ordenó la demolición de iglesias y la confiscación de libros cristianos. Todos sus escritos sagrados debían ser entregados y quemados bajo pena de muerte. Esto apresuró la decisión de establecer los límites del Canon al forzarlos a decidir por cuáles libros estaban dispuestos a arriesgar sus vidas. El s IV quedó señalado por declaraciones autorizadas de obispos y concilios con respecto a los límites del canon. Atanasio, obispo de Alejandría y el principal teólogo de la iglesia oriental, incluyó en su 39ª Carta Festal, dirigida a sus obispos, una lista de los libros de la Biblia: es la 1ª que contiene los 27 libros del NT exactamente como los tenemos hoy. "Estos -declaró- son fuentes de salvación, de modo que los sedientos se puedan saciar... y sólo en ellos están proclamadas las buenas nuevas de la enseñanza de la verdadera religión; nadie añada a ellos ni quite nada de ellos". Su carta es importante, porque su influencia se extendía por todas las iglesias de habla griega en el Oriente, entre los cuales había dudas con respecto a la canonicidad del Apocalipsis y de varias epístolas. La primera versión siria que contenía las epístolas católicas menores y el Ap. se produjo en el 508 por Filoxeno, obispo de Mabbug o Hierápolis. Antes del Concilio de Trento (s XIV), ningún concilio general de la iglesia se pronunció acerca del canon. Sin embargo, en concilios locales se tomaron decisiones que tenían autoridad en las provincias representadas, y que serían considerados como más o menos normativos en otras áreas a las que llegaban. Uno pequeño se realizó en Laodicea (363), pero hay muchas dudas con respecto a la autenticidad del Canon final que da la lista de los libros del NT. En un concilio en Roma (382) se declaró la aceptación de varias epístolas, incluyendo la de He. que había estado en duda (Ap. se aceptaba en Occidente). En el norte de Africa, el Concilio de Hipona (393) y el Tercer Concilio de Cartago (397) ratificaron este Canon y excluyeron todos los demás libros y prohibieron su uso en las iglesias. Hacia fines del s IV ya no había más discusiones sobre el derecho de cada uno de los 27 libros del NT de estar en el canon; se lo consideraba fijo e inviolable. La iglesia no creó el Canon ni confirió canonicidad a los libros. La iniciativa en la producción y colección de los libros sagrados fue de Dios. La iglesia sólo pudo reconocer y recibir con fe los documentos producidos por inspiración divina. El desarrollo del Canon fue un proceso gradual, presidido por el Espíritu de Dios. Es cierto que concilios regionales de la iglesia tomaron decisiones con respecto al Canon de las Escrituras, pero las razones para aceptar el actual son más profundas que la autoridad de esos concilios; están basadas en la convicción de que la mano de Dios condujo su formación. Los cristianos primitivos aceptaron como confiables sólo los libros que fueron escritos por un apóstol o un compañero de los apóstoles. Un documento, para ser reconocido como canónico, debía gozar de amplia aceptación entre los creyentes de toda el área mediterránea. Ellos juzgaban una obra sobre la base de su contenido, su coherencia interna, su concordancia con el resto de las Escrituras y su armonía general con la experiencia cristiana. Cualquier cristiano que desee convencerse por sí mismo con respecto al Canon del NT puede hacerlo mediante una comparación cuidadosa de los 27 libros aceptados por la iglesia con cualquier otra publicación cristiana de los primeros 3 siglos. Sin duda, llegará a la conclusión de que no hay libro alguno en el Canon que debió quedar fuera de él, y ningún libro que quedó afuera debió ser incluido en él. Resumiendo, este Diccionario emplea los términos relacionados de la siguiente manera: 1. Canónico: todo lo aceptado como inspirado por Dios. a. Canon del AT: lo aceptado por el judaísmo en sus Biblias (39 libros). b. Canon del NT: lo aceptado por el cristianismo hasta fines del s IV d.C. (27 libros: fecha del establecimiento definitivo del Canon bíblico, incluyendo el del AT). 2. Apócrifo (o No canónico): Deuterocanónicos,* Seudoepigráficos* y Apócrifos propiamente dichos (es decir, aceptados por todas las denominaciones como realmente apócrifos). Véase Apócrifos. Bib.: I-AH 2.27; 1.8; etc.; Ibíd. 1.3.6; Tertuliano, Adv. Marc. IV.2, 5: De Carne Christi, 3; Adv. Prax. C. 13, 20; EC-HE III.25; F. F. Bruce, The Spreading Flame [La llama que se extiende] (Grand Rapids, MI, 1958); F. F. Bruce, The Books and the Parchments [Los libros y los pergaminos] (3ª ed. rev.; Nueva York, 1963); The Cambridge History of the Bible [La historia de la Biblia de Cambridge]. 207 3 ts (Cambridge, 1963, 1969, 1970); F. V. Filson, Which Books Belong in the Bible? [¿Qué libros pertenecen a la Biblia?] (Filadelfia, 1957); R. M. Grant, The Formation of the New Testament [La formación del NT] (Nueva York, 1965); A. Souter, The Text and Canon of the New Testament [El texto y el Canon del NT] (2ª ed.; Londres, 1954). Cantares, El Cantar de los. Ultimo de los 5 libros poéticos del AT, y uno de los Megillôth (o Cinco Rollos) del Canon hebreo. El título hebreo: Shîr Hashshîrîm, "El canto de los cantos", puede significar el mayor o el más dulce de todos los cantos (del mismo modo que "Rey de reyes" significa "rey supremo"). El nombre que se le da al libro se deriva del título en la Vulgata Latina: Canticum Canticorum. I. Autor. El libro afirma que fue Salomón, por varias evidencias: 1. Puesto que compuso 1.005 "cantares" (1 R. 4:32), no existe razón alguna para suponer que no sea el autor de "el cantar de los cantares". 2. El vocabulario fluido y el estilo lleno de gracia del poema son propios de un escritor del tiempo de Salomón, la edad de oro hebrea. 3. Evidentemente el autor estaba familiarizado con la geografía de Palestina de esa época, y la gloria y la pompa de Israel estaban frescos en su mente. 4. El conocimiento que tenía de las plantas, los animales, los productos del suelo y los artículos importados concuerda con lo que se dice acerca de Salomón (1 R. 4:33; 9:26-28; 10:24-29; etc.). 5. La similitud de Cantares con pasajes del libro de Proverbios es una indicación adicional de la autoría de Salomón (cf Cnt. 4:5 con Pr. 5:19; 4:11 con 5:3; 4:14 con 7:17; 4:15 con 5:15; 5:6 con 1:28; 6:9 con 31:28; 8:6, 7 con 6:34, 35). En Cantares aparecen varios personajes, aunque no siempre es claro cuándo comienza el discurso de cada uno, especialmente en nuestras versiones, donde a veces es algo confuso el género de quien habla (como ocurre en hebreo). En vista de la dificultad de seguir la conexión lógica entre las diferentes partes del poema (aun en el texto original), algunos consideran que Cantares es una antología de cantos de amor, tal vez de diferentes autores, en lugar de una obra de un solo autor que escribe con un plan definido. Sin embargo, la unidad del libro parece clara porque (a) en todo el trabajo se destaca muy bien el nombre de Salomón (Cnt. 1:1, 5; 3:7, 9, 11; 8:11, 12), y por (b) la repetición de palabras, ilustraciones y figuras similares en todo el poema (cf 2:16 con 6:3, y 2:5 con 5:8). Además, el autor señala que tenía 60 reinas y 80 concubinas (Cnt. 6:8), pero la sulamita,* cuyo casamiento celebra el canto, las sobrepasa a todas (6:9, 13). Más tarde el harén de Salomón llegó a 700 esposas y 300 concubinas (1 R. 11:1, 3), por lo que parece evidente que Salomón compuso el poema durante la 1ª parte de su reinado. Todas estas observaciones tienden a confirmar la pretensión de que el libro procede de Salomón. II. Canonicidad y Estilo literario. Su derecho a un lugar en el Canon sagrado se debatió hasta tiempos del NT (es notable que el NT nunca cita Cantares o hace alusiones a él). Desde el punto de vista occidental puede ser difícil explicar cómo encontró un lugar en el Canon sagrado. Aparentemente, durante siglos muchos judíos no estaban seguros de que merecía un lugar junto a las otras obras inspiradas, aunque generalmente la interpretaron como una alegoría* espiritual del amor de Dios por el antiguo Israel. De acuerdo con Orígenes, el rey representa a Cristo, y la sulamita a su iglesia, o tal vez a los individuos dentro de la iglesia; una relación espiritual que aparece con frecuencia en el NT (Ef. 5:25-33; Ap. 19:7-9; 21:9; etc.). Pero un enfoque más seguro de interpretar Cantares sería tomarlo sencillamente como lo que pretende ser: una narración poética que conmemora el amor de Salomón por una hermosa señorita de la Palestina del norte, y considerar que encontró un lugar en el Canon sagrado por causa de su exaltada idealización del matrimonio como una institución del Creador, aunque con un rico fervor oriental que tiende a dejar perplejos a los lectores occidentales. Sin embargo, es posible sacar lecciones de valor espiritual sin necesariamente considerar que esas lecciones fueron la intención de la Inspiración en la composición y canonización del libro. III. Tema y Contenido. Por su forma poética, Cantares es un idilio con una trama sencilla: el amor de Salomón por una joven campesina con quien se casa, no por ventajas políticas sino por amor genuino. La mayoría de los críticos y comentadores modernos favorece un bosquejo con 3 personajes principales: Salomón, la sulamita y un pastor que la corteja. Además, cabe destacar la continua aparición de la familia de la novia (pero sin el padre; véase 1:6; 3:4; 8:2). Se han propuesto varias teorías con respecto a la naturaleza y la secuencia de las diversas partes del poema. De acuerdo con un punto de vista, la sulamita resiste con éxito las atenciones del rey y permanece fiel al pastor que la ama. Según otro punto de vista, que tal vez se ajuste más a la realidad, el poema celebra el 208 casamiento de Salomón con la sulamita después de haber ganado su afecto. El rey la lleva a Jerusalén para cortejarla, ocurre el casamiento, y luego aparecen expresiones mutuas de admiración y amor, primero de parte de la novia y luego del novio (Cnt. 1:2-2:7). En una feliz ocasión posterior el rey y la novia recuerdan el momento de su compromiso y su casamiento (2:8-5:1). Por alguna razón no explicitada (quizás una pesadilla) se produce un distanciamiento en la corte, pero el amor se restablece y el rey nuevamente ensalza a su esposa (5:2-6:9). La incomparable belleza de la sulamita contrasta con la de las otras jóvenes de Jerusalén, y Salomón queda arrobado por ella (7:6-9). Con el tiempo, ambos vuelven a la casa de ella, y se entabla el diálogo entre el rey, su esposa y los hermanos de ella (7:10-8:14; véase CBA 3:1127-1130).
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miércoles, 3 de diciembre de 2014
Canon.
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