Un grupo de musulmanes reza tras una barricada en Bombay durante los violentos enfrentamientos que se produjeron en esa ciudad en mayo de 1984 entre ellos y los hinduistas.
Los
conflictos religiosos de carácter más tradicional tienen que ver con los
límites en la expansión de las grandes religiones y en particular del
islam, por tanto no son privativos de la época actual sino que sus
raíces son anteriores; pero la modernidad los ha dotado de una vía de
manifestación nueva, que es el nacionalismo.
El
norte del subcontinente indio, límite último de la expansión del islam
en el Asia nordoriental ha sido y sigue siendo un vivero de este tipo de
conflictos. El más importante, cuyas más terribles consecuencias se
produjeron en 1948, es el que enfrenta a musulmanes e hinduistas desde
hace más de medio siglo.
El
fin del control británico, tras meses de terrible violencia, en la que,
entre otros muchos, halló la muerte Gandhi a manos de un fundamentalista
hinduista, descontento con su posición contraria a la escisión entre
las comunidades musulmana e hinduista y su defensa de una India
multirreligiosa, se saldó en una imposibilidad de convivencia que
determinó el surgimiento de dos estados, la Unión India con mayoría
hinduista, aunque con minorías musulmanas que prefirieron no emigrar, y
Pakistán, mayoritariamente musulmán y escindido en dos porciones, de las
cuales la parte oriental se independizó posteriormente convirtiéndose
en Bangladesh.
Como
consecuencia se produjeron movimientos de población millonarios,
terribles matanzas por ambas partes y la exclusión de territorios tan
emblemáticos como el valle del río Indo o el bajo valle del Ganges del
estado indio. El resultado fue tres naciones con dos religiones
diferentes y con unas relaciones muy complicadas, en particular entre
Pakistán y la India por diferencias fronterizas en Jammu y Cachemira,
que afectan también a China.
A la
violencia larvada se sigue enfrentando el sueño de la convivencia
pacífica interreligiosa en la India, donde más de 120 millones de
musulmanes, un número mayor que el de los habitantes de los países
árabes, siguen compartiendo una misma nación con más de 820 millones de
hinduistas, a pesar de que organizaciones extremistas busquen su
expulsión y desencadenen matanzas esporádicas en zonas especialmente
conflictivas como Bombay o episodios en los que el mito y la religión se
entremezclan para justificar el asesinato y los atentados contra el
patrimonio cultural.
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