DE
SALVIANO DE MARSELLA
TESTIMONIO DE LA
DECADENCIA DEL BAJO IMPERIO ROMANO(1)
El
texto que presentamos a continuación es un fragmento del tratado
De gubernatione Dei
de Salviano de Marsella. El mismo, escrito entre los años 440 y 450, nos
pone en contacto con un Imperio Romano que se encuentra ya en estado
decadente.
El
autor, Salviano de Marsella, "es uno de los autores más significativos
por la atención que dedica a las vicisitudes históricas de su tiempo,
complicado por las incursiones de los bárbaros"(2).
El mismo parece haber nacido en Tréveris, o tal vez en Colonia y después
de haber recibido una esmerada formación cultural y de haber contraído
matrimonio, terminó ligánde a la comunidad monástica de Lerins, en el
sur de Francia.
En su
tratado Salviano intenta dar una explicación a la acuciante pregunta que
se hacían muchos católicos de la época ¿Si el imperio romano se ha
convertido a la verdadera religión, como es posible que haya caído bajo
las invasiones de los bárbaros? La respuesta de Salviano es ante todo
teológica: el imperio no cae por ser católico, sino por sus vicios. Son
ante todo la desigualdad y la injusticia social las que han hecho débil
al imperio y odioso el otrora glorioso título de "romano"; son la
inmoralidad y las impurezas de los romanos las que les han atraído la
cólera de Dios(3).
Si
bien Salviano no se propone escribir un tratado histórico, sino
teológico, parenético y espiritual, no obstante las constantes
referencias a la actualidad lo vuelven un documento interesante para
nosotros desde el punto de vista historiográfico. A través del
De Gubernatione Dei
podemos acercarnos a la causa de la disolución tan estrepitosa y masiva
de un imperio que había resistido durante siglos. Tal vez la causa de
esta ruina se deba en igual medida al ataque exterior y a la
desintegración interna; la estructura eminentemente aristocrática del
imperio hizo que llegado un momento el pueblo no quisiera ya defenderlo(4).
Nuestras desgracias, nuestras debilidades, nuestras ruinas y
cautividades, la pena que constituye una servidumbre sin tregua, son
testimonio de un mal servidor y de un buen señor. ¿Porqué un mal
servidor? porque con toda evidencia yo sufro, al menos en parte, lo que
merezco. ¿Porqué un buen señor? porque él nos muestra lo que merecemos y
sin embargo no nos lo inflinge. El prefiere corregirnos con un castigo
pleno de clemencia y de benignidad, antes que hacernos perecer.
Nosotros, si se mira en relación a nuestros crímenes, somos dignos del
suplicio de la muerte; pero él, inclinándose más a la misericordia que a
la severidad, quiere reformarnos por la moderación de una sanción
clemente, más bien que destruirnos con el golpe de una justa
represión...
¿Pero
porqué hablar de esto con tanto escrúpulo y alegóricamente, cuando no
sólo los robos, sino aún los mismos bandidajes de los ricos son puestos
en evidencia por los crímenes más notorios? Porque ¿quién, en proximidad
de un rico no ha sido reducido a la pobreza, arrojado entre los pobres?
Porque las usurpaciones de los poderosos hacen que los débiles pierdan
sus bienes o incluso se pierden ellos con sus propios bienes. Tampoco es
sin justicia que la Palabra divina da testimonio de unos y otros cuando
dice: "Como la presa del león es el onagro en el desierto, así la
pastura de los ricos son los pobres"(5).
A fin de cuentas, no son solamente los pobres, sino la casi totalidad
del género humano quien padece esta tiranía.
¿Acaso la dignidad de la clase elevada es otra cosa sino la puesta en
subasta de las ciudades? Y la prefectura de algunos, a quienes no
nombraré, ¿es otra cosa para ellos que un coto de caza?
No hay peor estrago para
la gente pobre que el poder político:
las cargas públicas son compradas por un pequeño número de personas y
deben ser pagadas con la ruina de todos; ¿qué puede haber más
escandaloso e inicuo que esto? Los miserables pagan el precio de los
cargos que no compran: ellos ignoran la compra pero conocen el pago.
Para que un pequeño número sea ilustre, el mundo está convulsionado; la
elevación de un solo hombre es la ruina de toda la tierra. Lo saben bien
todas las provincias; lo saben las provincias de España a las cuales ya
no les queda sino el nombre; lo saben las de Africa, que han dejado de
existir; lo saben las Galias, que han sido devastadas -aunque no por
todos- y que conservan aún un tenue aliento de vida, porque han sido
nutridas por la integridad de unos pocos, aunque devastadas al mismo
tiempo por la rapacidad de muchos...
En
estos tiempos los pobres son arruinados, las viudas gimen, los huérfanos
son pisoteados; tanto que la mayoría de ellos, nacidos en familias
conocidas, y educados como personas libres, huyen a refugiarse entre los
enemigos [los bárbaros] para no morir bajo los golpes de la persecución
pública. Sin duda buscan entre los bárbaros la humanidad de los romanos,
puesto que no pueden soportar más entre los romanos una inhumanidad
propia de bárbaros. Y aunque sean grandes las diferencias respecto a
aquellos entre los cuales se refugian, sea por la religión(6),
como por la lengua e incluso, si se me permite decirlo, por el olor
fétido que exhalan los cuerpos y los vestidos de los bárbaros(7),
ellos prefieren no obstante sufrir entre aquellos pueblos tales
diferencias de costumbres, que padecer la injusticia desencadenada entre
los romanos. Ellos emigran, pues, de todas partes y se dirigen hacia los
godos, hacia los bagaudes o hacia los otros bárbaros que dominan por
doquier, y no se arrepienten en absoluto de haber emigrado. En efecto,
prefieren vivir libres bajo una apariencia de esclavitud que ser
esclavos bajo una apariencia de libertad.
De
este modo al título de ciudadano romano, otrora tan estimado y adquirido
a tan alto precio, hoy se lo repudia y se huye de él; hoy es mirado no
solamente como vil, sin incluso como abominable.
¿Y
qué testimonio puede manifestar más claramente la iniquidad romana, que
el ver a muchísimos ciudadanos honestos y nobles, que habrían debido
encontrar en el derecho de ciudadanía romano el esplendor y la gloria
más altas, reducidos ahora por la crueldad y la injusticia romanas a no
querer ser más romanos? De esto se deriva el hecho de que aún aquellos
que no se refugian entre los bárbaros son obligados a vivir como tales;
tal es el caso de gran parte de los españoles y de una parte no
despreciable de los galos, y en fin, de todos aquellos a quienes en todo
el mundo romano, la injusticia romana los ha llevado a dejar de ser
romanos...
Lo
que hay de más vergonzoso y penoso es que las cargas generales no son
soportadas por todos; antes bien, las tasas impuestas por los ricos
pesan sobre los pobres diablos: los más débiles llevan las cargas de los
más fuertes. La única razón que impide a los miserables el pagar los
impuestos es que la carga es más pesada que sus fuerzas. Ellos sufren
dos cosas diferentes y opuestas: se les tiene envidia y viven en la
indigencia; se les tiene envidia, habida cuenta de las tasas que se les
imponen; viven en la indigencia, habida cuenta de lo que deben pagar.
Considerando lo que pagan creeríamos que se encuentran en la abundancia;
considerando lo que poseen, encontraremos que viven en la indigencia.
¿Quién podría evaluar semejante injusticia? Ellos pagan como ricos y
experimentan una indigencia propia de mendigos; más aún, a veces, los
ricos inventan impuestos que son pagados por los pobres.
1.
Para la presente traducción
nos hemos valido del texto crítico del De gubernatione Dei,
editado con traducción al francés en SALVIEN DE MARSEILLE, Oeuvres, II,
(=Sources Chrétiennes n. 220), París 1975. Traducción, introducción y
notas de Fr. Ricardo W. Corleto.
2.
Michele PELLEGRINO, art.
Salviano di Marsiglia, en DPAC, 3073.
3.
Georges LAGARRIGUE,
Introduction, en SALVIEN DE MARSEILLE, Oeuvres, II, 16-36.
4.
Cf. Henri-Irenée MARROU,
¿Decadencia romana o antigüedad tardía? Siglos III-VI, Madrid 1980,
145 ss.
5.
Ecco. 13,19.
6.
Recordemos que los bárbaros
eran o bien de religión arriana (p. ej. los ostrogodos, los visigodos,
etc), o bien de religión pagana (p. ej. los francos), y por lo tanto se
diferenciaban de los romanos que eran de confesión católica.
7.
Es un lugar común en la
literatura latina de la época de Salviano el hablar del olor fétido de
los bárbaros, poco afectos a la higiene personal, en contraste con los
romanos, asiduos visitantes de termas y baños públicos.
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